domingo, 8 de enero de 2012

A propósito de la salud mental

Si hablamos de política, que no me apetece, pero tampoco me apetece ir a misa y no voy a ir, es posible que la inteligencia emocional sea una categoría desconocida, o en desuso de la clase dirigente de este país. Sociedad: Hay que fortalecer la voz de la ciudadanía. Porque todos somos ciudadanos de este país. La diferencia entre un político y un ciudadano es que éste último no suele despojarse de cadenas porque no se entera. Hay que liberar a los sometidos por la potestad del poder. Se debe consolidar la voz de la ciudadanía para que nadie pueda comprar a nadie. Para que nadie se sienta tan poca cosa que se vea necesitado a aceptar sumiso la compraventa de su voto a cambio una promesa que sabe con certeza que no cumplirán. A los dueños de los partidos políticos, unos de congreso, y otro desaparecido, bien harían en escuchar la voz del pueblo, y, sobre todo, hacerla valer en su valor democrático. Porque el pueblo nunca será culpable de sus fechorías. Que hable el pueblo, que hable, y sobre todo que se le respete, que no se le engañe. A cada informativo un caso nuevo de corrupción, mientras, nadie se atreve a afianzar la voz de la ciudadanía, imposible de modificar por sus actitudes complacientes. Sociedad adormecida en las historias de sus quimeras. Lo que nos interesa es que todos aspiremos a transformar la sociedad. El déficit no es tanto económico como de valores. No más indefensión, libertad para la ciudadanía que sabe ejercer el civismo con lealtad. Por suerte, la salud mental (ahora inteligencia emocional) se impuso a ciertos principios del resentimiento, ya conocidos y padecidos... Como los amores platónicos que siempre mueren de sed frente al río maldito de la soledad.

Suicidadas las ideologías políticas y las grandes teorías económicas, con Dios y la María de vacaciones, una clase dirigente con menos credibilidad que un escribidor de adiario, las relaciones humanas no existen. Cada uno va a lo suyo. El humano ser sin proceder moral se convierte en un animal; no sabe razonar y mucho menos discernir el bien del mal.

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