domingo, 29 de enero de 2012

Mi niña

Hoy, mi niña, la niña de mis ojos, me viene a ver: hoy soy feliz. (Un poco más). Conozco el dolor cuando duele más allá del alma, pero no sé de cierto si conozco la felicidad sin ningún tipo de matices... Bah, son cosas de viejo, tal que un bolero tristón: soy feliz. Mi niña me hace muy feliz, pero como Melendi, nunca sé si vino o vendrá. Solo sé que la espero. Mi niña es parecida a mí en sus estados de ánimo. Un día es entero y otro solo tres cuartos y mitad. Ella sabe que cuando la situación aprieta, cuando el psique se desbarata nada se parece a la realidad, tampoco a la verdad. Pero sentimos el amor de la misma manera, hasta las trancas. Nos entregamos a muerte cuando el amor llama a la puerta. Yo, de viejo, duermo y sueño, y ella, sueña despierta, aunque los dos padecemos de insomnio. Sin embargo, a mi niña y a mí, y seguramente esto es lo más extraño, cuando nos duele la cabeza (y nos duele a los dos en este preciso instante) y decidimos mandarlo todo al carajo, pensamos lo mismo, ir al psiquiatra y decirle: "Doctora, debería usted aumentarme la dosis porque no me siento tan estupendamente feliz como los salvadores de la patria". ¿Por qué a mi niña y a mí que somos tan iguales en el pensamiento acabamos gritando a pleno pulmón que ya les vale de tanta indiferencia, de tanto maltrato, de tanta pobreza, de tanta explotación, de tanto patear las calles buscando un puesto de trabajo y res? Perdóname, mi niña, éste no es el país que yo soñé para ti, sin embargo, ten fe, no desfallezcas, confía en tus posibilidades, de momento es lo que hay, ya amanecerá algún día. Te quiero.

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