miércoles, 25 de enero de 2012

Injusticias que duelen

Estaba escribiendo en mi rincón con mi mascota de último recurso (Iberdrola, apiádate de mí) y de pronto llamaron al timbre. Le di tiempo a mi mascota para que se metiera debajo de la mesa y abrí la puerta. No era el cartero, era una mujer desconocida e iba acompañada de un joven. -"Buenos días, perdone que le moleste", me dijo. Yo viví en esta casa hace casi cuarenta años y quise traer a mi hijo para que la viera porque él era pequeño y no se acuerda”. La mujer tenía un acento que no sabría decir: asturiana no era, ni andaluza, valenciana tampoco. No sé. Le pregunté dónde vivía ahora y me dijo que en el extranjero, y que ésta era la primera vez que visitaba España desde que se tuvo que ir. (A mí no se me engaña fácil, que yo entiendo: esta mujer se fue de España por ser roja, maricón o masón. Y seguro vino a manifestarse con su hijo a favor del Juez Baltasar Garzón. Pero eso sí, no quita que su visita a mi casa fuera real, que hubiera vivido en ella hace cuarenta años. En esta vida de ahora todo es posible, hasta que un juez le sienten en el banquillo antes que a sus procesados. Nada les dije y tampoco los invité a pasar; no era desconfianza, es que tenía la casa patas arriba. Al final les deseé que disfrutaran su estancia en España, a pesar de que mi casa es uno de esos horrendos adosados de antes de la crisis. Yo, por lo general, suelo dar el beneficio de la duda a las personas. En esta ocasión no lo hice. Tal vez las injusticias que duelen y los derechos humanos están agotados de tanto llamar a las puertas y que nadie les abra. Solo espero que no me juzguen a mí como yo juzgue a esta mujer y su hijo. O a Baltasar Garzón el juez Luciano Varela, aunque eso ya no será posible, manos limpias.

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