lunes, 22 de abril de 2013

Soy Carmen, la mujer que amo

Ayer, me dejé llevar por la tristeza que producen los años y escribí esto:
 
"Es raro el día que no echo en falta mi juventud, y todo porque estoy rodeado de mujeres más jóvenes que yo: mi esposa y mis hijas, y eso jode. Y no porque a ellas les quede más vida que a mí, que me encanta, y más reflejarme en ellas, pero a fin de cuentas yo no lo soy. Inconforme con los preceptos que impone la vida, no me queda otra que seguir luchando hasta que el cuerpo aguante. Como quien corre un maratón en baja forma que poco a poco se diluye en el polvo del camino".
 
Y hoy recordé que un día había escrito esto otro:

Soy Carmen, la mujer que amo
 
El día que debía aprender a templar mi ego y a confrontar mis enormes carencias para reforzar el poder que me permitiera al menos elegir, no amaneció. Así que no puedo por más que aceptarme como soy. Aunque mi comportamiento torpe de entendederas a veces me lleve a la desesperación y al sufrimiento existencial.
 
Un día triste de morir, cuando mis ansias no encontraban reposo, mi esposa me regaló un libro que haría simpática la filosofía: "El Oráculo". Y puedo asegurar, sin pecar de visionario, que no lo compró en una librería, tal vez en el rastro, porque le faltaban hojas, y las que le quedaban estaban amarillentas y sucias. Solo la portada se salvaba, pero no para ir más allá del purgatorio. No encontré explicación para que mi esposa me regalase un libro en tal estado de ruina. Aunque sabe que para mí, por mi mala cabeza, un libro con apenas una docena de páginas es un libro suficiente. El libro en cuestión giraba en torno a respuestas que una deidad, cuando tiene que decir, daba a través de sus representantes en la tierra. Para encontrar una intención que pudiera justificar el regalo de mi esposa, entré en la Wikipedia y llevé una gran sorpresa, porque este libro era muy importante, tanto, que para los griegos era el santuario donde se practicaba la adivinación. De todos los oráculos griegos, el de Delfos era el de más prestigio. Al templo acudían personajes de todos los lugares de la Tierra a pedir consejo y a conocer su futuro. Se cuenta una anécdota bien interesante: Un día, Querofonte, amigo personal de Sócrates, preguntó al Oráculo de Delfos quien era el hombre más sabio, y la pitonisa encargada respondió que ese sabio entre sabios era Sócrates. Informado Sócrates del hecho acontecido, comentó la sentencia simplemente reconociendo que su sabiduría consistía en saber que nada sabía.
 
He ahí la razón por la que un día triste de morir, luego de leer el libro, creo que mi esposa me lo regaló porque si Sócrates, sabio entre los sabios nada sabía... Mi esposa pretende rebajar mi ego a lo más ínfimo, pero de soslayo es mi santuario particular de adivinación y dona su pitonisa, así que no es necesario que yo reconozca si sé o no sé, porque al amanecer configuro el día con todo lo que veo en torno a mi antagónica realidad. No me valen disculpas de medios días porque sé que hay días enteros...

Estoy convencido que si me faltara mi esposa, mi "yo" impredecible contaminaría de ruidos y mentiras mi existencia. A mi esposa debo darle las gracias por esta gran lección. Y además, decirle que la amo y que no sufra cuando salgo cada noche a conquistar fábulas y poesías, también algún abismo, porque hay una luna demente que me protege y me guía y me trae ileso de vuelta a casa en busca del botín más preciado para mí: Ella. Y porque no nací antes ni después que mi esposa, aquí y ahora, quiero confesar que soy ella. Soy la piel y los huesos que me desnudan el alma cada día. Soy su misma imagen, su risa y su mirada, incluso tengo su misma edad. Soy Carmen, la mujer que amo.

3 comentarios:

  1. Realmente magistral !


    Saludos
    Mark de Zabaleta

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  2. Muchas gracias. Y también por seguir ahí.

    Salud

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  3. "Tenemos el sexo, el rock y la droga..." mas de cien motivos que valen la pena ser esa Carmen.

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