El agua de lluvia corre por las calles como una serpiente excitada en la orfandad y el hambre del deseo. Un hombre cree en su celda de castigo que todo fue un sueño.
Las horas se pasan unas otras el testigo entre una maraña mental hasta alcanzar la lóbrega miseria de la atrofia verbal.
Las palabras prisioneras no saben expresarse entre los vaivenes de una realidad agonizante, mientras un hombre piensa que se aventura hacia el túnel de la hecatombe mental y se reduce sin perder el color de sus anhelos.
La noche no ha sosegado sus temores y la reflexión ha aislado la posibilidad de expandir la voz salida del misterio de sus ansias.
Amanece, se levanta, hace una ceremonia capaz, y se dispone a levitar donde flotan sus carencias.
Tal vez, es su esperanza, llegue esta confusión nocturna hasta los tímpanos de una dama y logre impregnar las devociones de su poesía en el oráculo donde la imaginación deja fluir en su magnitud el sublime misterio de un decir situado más allá de la comprensión. Y lo salve.
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