Desde el momento que tenemos cierto grado de consciencia y podemos cuestionarnos el por qué de las cosas, comenzamos a indagar sobre los fenómenos que se presentan ante nuestros ojos y a los cuales no le encontramos explicación. Personalmente sigo sin encontrarle explicación a las sombras. Pero un caso generalizado es mirar hacia arriba y observar el cielo ¿Qué es el cielo?
Contemplar esa gigantesca, inmensa y hasta cierto punto inalcanzable masa de colores con sus múltiples manifestaciones de atardeceres y amaneceres; el baile de nubes que cada día nos brinda un espectáculo diferente es maravilloso.
Pero, ¿el cielo es solo éter, el cosmos que dicen algunos? Pues igual no, el cielo es más que eso. El cielo son estados de consciencia y por ser de consciencia son exclusivamente individuales. Cada cielo es un estado de éxtasis, de gozo y de realización infinita. En resumen, el cielo es el brillo de sus ojos.
-Entonces... mi corazón, dime, ¡por Dios! lo que quieres.
-Quiero sus ojos. Sus ojos, verdes como el trigo verde, como el limón y la albahaca, como el mar y los cipreses, el romero y los laureles... Si no me traes sus ojos ¡dile que venga la muerte!. Rafael de León.
-Quiero sus ojos. Sus ojos, verdes como el trigo verde, como el limón y la albahaca, como el mar y los cipreses, el romero y los laureles... Si no me traes sus ojos ¡dile que venga la muerte!. Rafael de León.
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