Hay personas que tienen la convicción de que no avanzarán si las circunstancias no las empujan, se dejan llevar porque los acontecimientos que irrumpen en su vida han sido precedidos por algo o alguien al margen de su voluntad, y al no identificarse con ellos, no los aceptan o los desatienden. No se dan cuenta que tarde o temprano la vida con su invisible quehacer aparecerá y les impondrá su capricho. Porque las aflicciones o la dicha que padecemos, y las especias con las que cada día las aliñamos, no son otra cosa que señales indicadoras claras e inequívocas con las que la vida nos va conduciendo lentamente hacia la muerte.
¿Qué sabemos de la vida? Qué podemos saber si solo lo pasajero permanece y son sus secuelas las que perduran en el tiempo. La vida es como aquél taxista que confiados abordamos y al que le decimos la dirección deseada pero no advertimos que como taxista abusivo nos lleva por donde quiere sin tener la decencia tan siquiera de mirarnos por el espejo retrovisor para ver la cara de estúpidos que ponemos.
Qué inútil es oponerse a la voluntad de la vida... y qué torpeza no aceptarla como viene.
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