Sevilla se presenta diferente cada vez que la visito. Repudia el estancamiento, pero se desvive en amor por quien la quiere: yo. Sevilla es mucha Sevilla. Sevilla eterna, su fidelidad es eterna, su amistad es eterna. Me dejaría morir en Sevilla.
Buscando (y alcanzando) el anhelo por el que apostamos mi esposa y yo cada vez que visitamos Sevilla como fuente de realización personal, en lo humano, siempre están nuestros amigos, Nana y Antonio, y la Virgen del Rocío, además, para mi esposa en su fe religiosa. La primera vez que visitamos El Rocío pensé si no tenían presupuesto para asfaltar sus calles polvorientas, luego mis amigos me explicaron que los caballos malamente trotarían libres por el asfalto. Allí la tradición manda, las peinetas y los sombreros, los caballos y sus carretas: la fiesta. La adoración a la Virgen del Rocío. En El Rocío uno descubre la devoción religiosa. Yo, por un poner, que diría mi amigo Antonio. A mi esposa y su fe religiosa. Mi esposa en El Rocío no habla ni escucha. Mi esposa se trasforma, es otra persona. Es llegar y arrodillarse ante la Virgen. Mi esposa siempre mira agradecida a la Virgen del Rocío. Y no sé lo que le dice pero le dice. Le susurra. Es un rezo. Luego, sale corriendo como si le fuera la vida en ello y le prende, en su misericordia tal vez, una vela en un crematorio. Digo crematorio, pero no sé qué es aquello ni cómo se llama. Allí hay cientos de velas prendidas. La primera vez que mi esposa prendió una vela a la Virgen del Rocío yo estaba con ella; yo la acompañé. Aquella vez, hace años, prendió una vela; el otro día prendió doce. Me dijo: "tú prende seis por nosotros, yo prenderé las otras seis". De ciencias exactas de toda la vida no me salían las cuentas. Cuatro sí, cinco también si añado a mi mascota, pero seis... luego recordé que de un pájaro soy un ala y me cuadraron las cuentas. Lo que aún no sé, ni lo sabré porque nunca me lo dirá, es por quién mi esposa comprometida con la vida, el amor y la salud, prendió las otras seis velas.
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