Hoy quería dedicar el día al agradecimiento porque sí, a Jean de la Bruyere "sólo un exceso es recomendable en el mundo: el exceso de gratitud". Lo hice aquí bien de mañana, y lo hice después en el silencio amigo. Hoy quería dedicar el día, además, a hacer balance. El balance me salió del todo positivo, aunque no puedo negar que este año he perdido un amigo por el camino. Daría lo que no tengo por recuperar a ese amigo. Me conformaría con poder desearle Feliz Navidad por e-mail, aunque sé que no me lo devolvería. Él es un gran periodista, también es ejecutivo de un grupo editorial, y aunque sé que no olvida a quien estima, mis asuntos ya no son los de él. Sin embargo, lo que él no sabe -y yo me acabo de enterar-, es que cuando escribía en un blog bajo su coordinación, que ahí nació nuestra amistad, lo hacía para él y sus lectores. El asunto es ese, y también es el problema, porque yo no sé escribir al dictado y menos de libro porque apenas fui a la escuela. Tampoco sé cómo escribir de temas actuales de forma que interese al lector, de política, de fúrtbol, o cualquier otra estupidez. Además, para escribir de eso hay miles que lo hacen estupendo. Yo escribo el día a mi manera con los humildes del corazón. Y digo el día y no al día porque lo mío es interpretar el día según amanece de buena fe, sin intereses espurios, sin endemoniar a la colindancia. ¿A quién interesa una realidad que espanta? ¿Acaso no basta la cotidianidad de cada cual como para que al volver a casa preso de su realidad se encuentre un comentario con la misma miseria triste de morir que acaba de dejar, y peor, que le recuerde que hoy es mejor que mañana porque hoy comió? Él se fue y yo me fui. Él no sé a dónde y yo a escribir a las puertas del silencio; dejar de escribir no puedo. Precisamente él, culpable de que yo no pueda dejar de escribir. Él, culpable de mi amor por la palabra escrita.
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