"Cuantas veces la luna se ha posado en mi frente, cuantas gotas de lluvia han mojado mis manos, cuantas noches vacías, cuantos cielos de plomo, cuantos notas al aire, cuantas tardes de otoño. Pensando en ti y en este amor tan grande que parte mi universo en dos. Que llega del olvido hasta mi propia voz, y araña mi pasado sin pedir perdón. Estás aquí te siento en cada espacio de mi soledad, te miro y te sonrió, y después te vas y cruzas la distancia, y yo me quedo aquí, pensando en ti. Cuantas veces en sueños me he escapado contigo, cuantas veces mis labios han gritado te quiero. Cuanto tiempo esperando desde que tú te has ido. Y yo como un niño perdido". (Pensando en ti, de José Luís Perales).
Un nuevo año nos proporciona una disculpa para cambiar. Es una decisión ya tomada, pero casi siempre tenemos que apoyarnos en disculpas absurdas para llevarlas a cabo. El humano ser estúpido, cobarde o engreído. Y todo por no pedir perdón. Y luego está lo de siempre por estas fechas: dejar de fumar, de beber, de comer, en exceso quiero decir. Y de vivir... de vivir a la carrera, que las prisas matan. El asunto es difícil, y más debido a las actividades cerebrales de la dopamina. Yo, desde que tengo un amigo psicólogo me confieso con él, y aunque nada entiendo de lo que me dice, he dejado de ir a misa: él es más confiable. Me dice que todo es bueno si lo sabemos administrar con prudencia, porque los excesos nos matan. Y me recomienda conductas sanas y positivas. Me habla de ser tolerante conmigo, y más con la gente que me aprecia. Que si lo logro esa satisfacción personal es una experiencia increíble. La vida es más tolerable. Y mi salud mental me lo agradecerá. Para estimular el cambio, mi amigo, me recomienda afianzar otro patrón de satisfacción: darme un premio al final del día si cumplo mis objetivos. Mi amigo, me pone como ejemplo, cuando le doy un caramelo a mi mascota como premio luego de su siesta, o de comer su ración de pienso, o de roncar acompasadamente como una gran sinfónica. Lo que no sabe mi amigo, es que mi cerebro carece de la capacidad necesaria para que, como estrategia de recompensa, desate en mí un cambio positivo. Mi vida no es un libro, y menos abierto. Pero a quién importa una verdad de dudosa reputación...
Pensando en ti, Perales, en tu canción, me has proporcionado la disculpa que tanto necesitaba para una decisión que ya tenía tomada hace tiempo, que no es otra que volver a la verdad, al amor, y la santa poesía. (Esta sentencia que lo es, se puede recurrir).
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