miércoles, 12 de abril de 2017

Una amiga ha muerto.

Es la política. Me guste o no -solo me disgusta-, ocurre sin importar el partido ni el dueño. Es la política que les nubla la vista y la confianza. El caso que toman el bastón, la plaza y el sillón y son otros. Lo mejor el despacho con vistas al mar. Así comienzan a navegar entre las brumas de un mar en calma y sin fondo y cobrar antigüedad; solo necesitan dejar transcurrir el tiempo y honrar la vida de su dueño, aunque suiciden los sueños de sus votantes.

Una amiga ha muerto el lunes, ayer la enterramos: paz a sus restos. Pero con la muerte una amiga no se va mientras se la recuerde. Yo la recuerdo como ejemplo de mujer luchadora y afable en el trato. Trabajadora implacable con una pequeña dosis de impaciencia para sufrir por los demás. Nunca fue de mucho sufrir por los demás: eran apariencias; tampoco los demás sufrían por ella. Yo no quiero olvidarla y en eso ando. (Dios aprieta pero no ahoga solo reprende, aconseja y en Semana Santa recordamos su palabra y ejemplo). Transparente en casi todo su vida política acumuló antigüedad de la misma manera que olvidó su eficiencia. Al final de sus días se dejó llevar no solo por su dueño sino por su vanidad y por otras: "Cuídate, Juanito, de las malas compañías". Dice el Serrat que le cantaba su madre.

Un amigo no ahuyenta el sol ni dificulta el amor, ni peca de atrevimiento por mucho que diga. Un amigo pega el grito porque sabe -y lo sabe sin saber-, que algo no va bien, y es amigo aunque lo evite. Un amigo advierte que es bueno temer a lo desconocido, que no se debe pagar para que alguien lo nombre -vanidad entre la gente-. Hay quien paga por su credibilidad, después descuida en sus maneras: el asunto no va con él. Y traiciona a los suyos. Malo no poder creer en la eficiencia, la inteligencia, la entrega y la vocación de servicio. Gracias... (de nada).

1 comentario: