domingo, 2 de abril de 2017

Un mundo sin memoria (la suma de mis horrores).

Algo terrible está ocurriendo en el mundo, tengo la impresión (quizá tenga pruebas si alguien me concede inmunidad) que nadie tiene memoria. El humano ser adquiere experiencias por el hecho de vivir, sin embargo, no aprendemos de nuestros horrores. La vida es un laboratorio que nos permite aprender, adquirir conocimientos, pero no queremos o lo olvidamos. ("A veces, cuando las cosas se ponen oscuras, me gusta aclarar las ideas con un método muy sencillo...". Y, si no da resultado, pregunto pero nadie responde). Saber es recordar a tiempo. Conviene entonces distinguir entre memorizar para un examen en un libro de texto y olvidar pasado el examen. El conocimiento como último eslabón de una cadena que comienza con la percepción, la investigación, la comprobación (el director no recibe) y luego procesa el conocimiento razonado y se guarda en la memoria como herramienta de respuesta ante situaciones imprevistas.

La memoria es una herramienta imprescindible para no repetir desaciertos y fracasos. Esta sentencia tiene excepción en el pueblo estadounidense acostumbrado a tener siempre la última palabra en los intereses ajenos. Pues bien, ayer en la sidrería tomando un "culín" y unos bígaros, leí una encuesta publicada en un periódico de prestigio que me dejó estupefaciente: "Uno de cada cuatro estadounidenses no sabe que Japón fue el primer país de la Tierra en sufrir una explosión atómica". Lo dijo Cicerón: "Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla". Sometidos a la atrocidad bélica de las naciones más poderosas de la Tierra, sería recomendable la consigna de no olvidar (y si me apuras no insistir ni perdonar). Se trata de
romper la barrera de la inercia, ingresar en la comunidad de los atrevidos y experimentar el miedo a la indiferencia para saber lo mucho que se gana cuando a veces se pierde lo que más se quiere. (Torpe de entendederas, yo no, pero dona ha visto el final desde el principio). Gracias... (de nada).

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