jueves, 20 de abril de 2017

Raúl.

Ayer.

-"Hoy que no estás o no te veo, me doy cuenta lo mucho que te echo de menos. Cada madrugada es alivio comenzar el día contigo. Espero que esta no sea la última vez que te escribo... No te quiero perder". ¿Recuerdas?

Hoy.

-"¿Alguna vez te conté mi teoría sobre el síndrome de la rotonda? Es la forma que uso para clasificar a...". ¿Tal vez a gente como yo? Está científicamente demostrado, además, lo confirma la sabiduría popular: "La fiebre no está en la sábana". El asunto es ese, y también sabes que no puedo leer apenas cuatro letras de tus sabios consejos. Perdón, como Facundo Cabral, sé que eres viejo pero no tanto como para dar consejos. Tu opinión me merece respeto.

Quizá ya ocurrió.

No siempre fue entendido mi comportamiento, a pesar de no haber faltado a la palabra: mi palabra sigue en pie, y no depende de mí cumplirla... Solo pido respuesta desde el día que cambiaron la ley de propiedad intelectual. Por aquel entonces los sueños madrugaban. 1 de enero del 2015. Desde aquel día cada día no dejo de pensar porqué la cosa no fue diferente, como diferente debiera haber sido mi comportamiento. El silencio me hace mal: la avestruz esconde una pata porque no puede esconder las dos cuando el miedo le puede. No ser capaz de trasladar mi palabra a quien debiera y el silencio: miedo a perder lo que más quería. "En boca cerrada no entran moscas". La pena es mía y no de otros. Sin embargo, de cuando en vez sigo insistiendo. Y me siguen negando la palabra; vaya donde vaya, y a pesar de saber que dona es mía y no la darán a nadie me niegan la palabra y el derecho a defenderme. Amor inmarcesible. Gracias... (de nada).

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