Me adelanto al mensaje del Rey porque hoy tampoco lo podré escuchar. No es un lamento, simplemente estaré de parranda con mis hijas y mi esposa, por cierto, su cumpleaños. ¡Felicidades, mi amor!.
La hipocresía, no tanto como la vecina chismosa que sabe manejar los tiempos y la actualidad de los enganchados a lo que no les debiera importar, a veces presenta una falsa humildad cual si fuese una máscara de hierro tras la cual se esconden las más voraces e indignas ambiciones. Como lo son el engaño o la cruel traición para la familia. La familia, no me canso. Una Nochebuena para olvidar en la casa del rey.
No sé si algún día llegará a este país la república y si lo verán mis ojos ¿de soslayo? (Quizá ya ocurrió). Por la sangre de los héroes olvidados y la verdad que se oculta a la posteridad. Pero todo tiene fin, tanto lo bueno como lo malo, así lo dice la historia.
Como ciudadano de este país sé que este es un pueblo temeroso de la clase política que tiene latente la coacción para mantenernos sumisos y obedientes a sus eternas banalidades. ¡Joder, dona!, y ahora ni rebelarnos podemos para enfrentar la realidad que nos hace tanto daño. Dejaremos de batallar, pueblo experto en derrotas. Una ley nos impide seguir perdiendo guerras. Esta clase dirigente trabaja denodadamente el comportamiento del pueblo de manera tan sutil que cada día nos acercamos más a ese tipo de hombre descrito por Nietzsche que prefiere la ausencia de la voluntad a la voluntad de la nada. A llevar una vida de miseria que elige la efímera felicidad a la acción por miedo a las consecuencias. Nada justifica la indefensión de un pueblo.
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