Se cumple una vida de lo nuestro y sin haber llegado el momento de sincerarnos todo acabó entre nosotros. Nada hemos aprendido. Es pues un buen momento para decirnos las verdades a la cara desde la reflexión y el sentido común.
Lamentablemente, como el mundo, nosotros entendemos más de guerras que de lenguajes, de asesinatos y de ajuste de cuentas que de amor y santa poesía. El futuro nos invitaba a fomentar la amistad con gestos y acciones sinceras en busca del verdadero amor. Pero todo apunta que no nos interesaba vivir esa pluralidad heterogénea. Se nos olvidó la importancia del diálogo. Hablamos mucho y escuchamos poco. Prometemos mucho y obramos poco. Ya no somos inocentes. Entonces, para este cambio, sin la duda que había en ti de mí, y en mí de ti, sobran las palabras. No más espíritu de reconciliación.
La verdad siempre fue la primera víctima en una relación de amistad. Sin embargo, lo que a mí me faltaba por aprender es que además de la verdad, otra víctima es el mínimo respeto. Vale entonces la incapacidad de ser sinceros.
A veces pienso si la amistad fue siempre una mentira y la traición una heroicidad. El desengaño, a la justa hora del olvido nos enseña lo peor que hay en nosotros. ¿Qué diría Freud de lo nuestro? Enemistados, nos hemos vuelto vulgares y cínicos: el amor siempre aplazado.
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