Éticamente, nuestro país nunca había olido tan mal como ahora; ahora huele a caca de la vaca. Este país huele a estiércol. Pienso ahora en el dios del amor y la vida Mario Benedetti y sus sentencias: "Una cosa es morirse de dolor y otra cosa es morirse de vergüenza".
Partidos políticos que admiten militantes antisociales. Partidos políticos que no son capaces de reaccionar y salir de la basura porque ellos son basura y eso sí debería avergonzarles. Pero no. Familias desalojadas de sus viviendas con hijos huérfanos de padres y madres desahuciadas. Huérfanos con la única diferencia de que están vivos. Y pienso en las familias desahuciadas de este país sin trabajo como ejemplo de un país que éticamente huele a estiércol.
También éticamente huele a estiércol la iglesia de Roma que olvida de donde viene y a quien se debe: Servidor Él de los pobres, defensor de los desvalidos, un ser excepcional que a los suyos no pedía más que ser buenos y hacer el bien, lo demás es protocolo, ceremonial prescindible, hipocresía, apariencia. Hacer el bien y ser honrados para que nadie tenga que verse en estercoleros. O para que un cura de pueblo no se vea en la obligación de pedir al obispado la excomunión de políticos y banqueros citando a Santo Tomás: "Porque no se puede pedir prestado con usura ni cooperar con los usureros en sus injusticias".
Corruptos, lo que se dice corruptos siempre han sido los gobiernos, desde Mario Benedetti y su santa poesía hasta hoy. Sin embargo, la sociedad nunca había aceptado de tan buena cara y mejor gana al corrupto ladrón, al señor lavandero. A todos los prohombres de este país en sus fiestas sin gracia, oficio, ni talento. Nunca la prostitución del poder había recibido tanto apoyo de la propia sociedad. En este país se premia la corrupción. El dinero fácil, la evasión de capitales y el erario a repartir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario