Es cierto y no lo que escribí esta mañana. Lo cierto es que fui al médico, y lo incierto que no fue psiquiatra sino neuróloga. (Supongo que una psiquiatra me da más juego que una neuróloga). Ellas no saben que de cuando en vez escribo sobre ellas, aunque llevamos años viéndonos a escondidas, como el bolero. Una solo me habla y le contesto que por favor no me deje ir. La otra no me dice, solo me mira, y la llamo la dama que vela mis sueños. Esta mañana escribí lo que sentía, como casi siempre, quería ver (imaginar) simplemente mi ataúd bajar.
El gran drama del humano ser no es dejar de creer en un dios cualquiera sino dejar de estar sano. Esta crisis nos lleva a una situación de desamparo total. Un mundo globalizado que adora una cuenta de resultados ha dejado de creer en la salud. Hablo desde los años altos de mi vida, y digo que la mitad de la gente se muere de pobreza y de enfermedad (perdón por la redundancia) y la otra mitad de melancolía, de soledad mal llevada, de un espíritu enfermo. Es angustia la que sentí esta mañana en el Centro de Salud. Árbol sin fruto, noche sin luna, mar sin estrellas, barco sin velas... La salud.
Sin palabras ni amores verdaderos, solitarios y repletos de experiencias, a los viejos la muerte nos acecha con la posibilidad de que nos abrace cualquier día. Sin esperanza, con besos sin amor y abrazos ni ternura. Sin bandera, ni héroes, ni dioses, sin patria que defender ni patriotas que honrar... La salud.
Porque el olvido; ay, el olvido, incapaz de encontrar camino. Hoy me encuentro más viejo y triste, más pesimista que nunca. Adónde iré yo que desdeñé por ignorancia la poesía e hice burla del amor, del fundamental y único amor, de la nostalgia por lo perdido, de los hijos idos; ay, los hijos idos, descuido de los años vividos cuando apenas era un padre inocente. (Esta legislatura es de color gris, como la vejez, así que pido un poco de silencio por lo que pueda pasar).
No hay comentarios:
Publicar un comentario