Vivimos en medio de una onda expansiva que avasalla de manera asombrosa al ciudadano sin advertir las consecuencias. El éxito que se alcanza desestimando el comportamiento ético es falso y superfluo. La mayoría escondemos algo que suponemos, y que acentúa el individualismo y no nos deja prosperar en lo que respecta a la superación de nuestras propias carencias. En ocasiones somos más estúpidos de lo que aconseja la prudencia: no existe nada que nos confiere el permiso del dominio de todo. El verdadero éxito no utiliza engaños porque entraría en contradicción con su espíritu, porque sabe que una meta lograda de manera espuria destruye la confianza y el respeto hacia sí mismo. La ética, esa aplicación individual de los principios y valores morales en nuestras actividades, la desestimamos en pos de conquistas materiales que nos proyecta miserables ante la sociedad. El éxito conseguido pisoteando o relativizando los principios fundamentales quizás otorgue satisfacciones puntuales pero nunca trascenderá. Estamos muertos.
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