Desde entonces mantenemos una relación estable. Claro que solo llevamos tres días; la cosa tiene que cuajar como en toda relación. Dado el buen rollo que mantenemos he programado mi vida de manera que, después de las doce de la noche, mi cara siga pareciendo natural incluso sugerente. Ahora logro superar el día sin catastrofismos: ¿qué pensará la gente de mi pueblo cuando me vean con la cara de los domingos a todas horas? Cavilo y maquino interesantes devaneos con la nada, incluso comprendo situaciones que antes no me decían. Duermo y me hago la siesta. Es maravilloso.
Si el tiempo lo permite, mañana domingo tengo pensado salir de casa, y confío que mis neuronas me acompañen con su buen humor: causaré sensación en el pueblo.
Como son pocas, y para identificarlas les puse nombre. Una parece que se le detecta un punto de sabiduría: la llamo Esperanza por si alguna vez me contagia.
Otra se acomoda en cualquier recoveco con su energía reciclada, la llamo como a mi mascota que solo ronca y duerme.
La primera en desconectarse ante lo inesperado he decidido llamarla amiga para que se anime. A poco que me descuido empieza a segregar nostalgias a modo de tragedias insuperables.
Quedan tres: la cuarta fue la quinta antes de que la sexta se enamorase de Melendi: epilepsia, la llamo. La cuarta es un contador fuera de revoluciones, es la que provoca mi ira, la llamo Iberdrola. Y la quinta es tan tímida que le digo sentimientos. Se lleva muy bien con las otras y es la primera en soltar una lágrima cuando en un descuido de la María me voy. Es la que más me quiere.
Sin embargo, las seis no tienen otro cometido que conspirar contra mí exigiéndome, como si fuera Satanás, la gloria en los infiernos y que el cielo sea pasto de las llamas.
Me atrae mucho tu forma de escribir, puedo decir sin lugar a dudas que tus textos hacen que me pierda y me lleven al mundo donde se dan los hechos... felicitaciones, es hermoso, aunque no puedo evitar decir que triste a la vez. Un beso.
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