Como es viernes de fiar, podría comenzar el de soslayo de hoy preguntándome, ¿qué sería de mí sin ella? Pero no me atrevo, porque no está el horno para bollos románticos, ni siquiera para las cosas que al amanecer le voy escribiendo a la vida, porque quiero quedarme en su vida para siempre. Porque para mí la muerte sería su ausencia.
Mi esposa me explica que si fuera cierto lo que dicen las estadísticas que por cada cigarrillo que se fuma se pierde una hora de vida, y por la comida que coincide justo con su dieta se pierden dos años, ya no tendría necesidad de contabilizar los que pierde conmigo, porque ya se habría quedado sin años que vivir. Y tiene razón mi esposa, las estadísticas son la desesperanza que te lleva la vida con un porcentaje sin darte tiempo a rectificar, porque no hay persona sensata capaz de resistirse a ellas. Lo que no dicen las estadísticas es que lo que mata a mi esposa también me mata a mí, y que yo voy a vivir muchos años, pero menos que ella, porque quiero regalarle toda la vida que llevo sobreviviendo gracias a ella. Y conste que solo pretendo contabilizar los años que he muerto intentando ser como la mayoría, y los que me mataron por las injusticias que me hicieron pasar por ser rojo e inocente. Pero si por un descuido -intencionado o no- el que lleva el cometido de amanecer al día siguiente me borrara de la lista, o alguien me asesinara, o simplemente se me acabaran los años por vivir, aún seguiré viviendo para regalarle días de vida.
Cada vez que el día se hace noche y me acomodo frente a mi ordenador y me convierto en mí mismo, un ser sin ataduras ni complejos, por cada historia que escribo acumulo días de vida, y para que pueda regalarle muchos días de vida a mi esposa, seguiré escribiendo cada noche a la vida y sus descuidos, al amor y la santa poesía. (Lo que quiero decir es que mi esposa está intentando dejar de fumar, así que va en serio).
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