domingo, 22 de abril de 2012

Oremos

Desde el mismo instante que tenemos cierto grado de consciencia y podemos cuestionarnos el por qué de todas las cosas, comenzamos a indagar sobre los fenómenos materiales o espirituales que se nos presentan y a los cuales no les encontramos explicación. Un caso muy común es mirar hacia arriba y observar el cielo. Contemplar esa gigantesca, inmensa y hasta cierto punto inalcanzable masa de colores de gran belleza, de baile de nubes que cada día nos brindan un espectáculo diferente. Sin embargo, ¿es el cielo solamente el éter, o el cosmos como algunos lo definen? El cielo es más que eso, son estados de consciencia exclusivamente individuales. Cada pedazo de cielo es un estadio de éxtasis, de gozo, de realización infinita. El paraíso dispuesto por la democracia donde los protagonistas fueron Adán y Eva. Y todo se resolvía con inviolables principios constitucionales hasta que se instauró el pecado de la radicalidad, la división del pueblo laico con la iglesia de Roma y se alzaron con el altar, el cáliz y limosna. Y entonces vino lo peor: con las diferentes crisis iglesia-estado aparecieron los santos y las vírgenes, únicas figuras capaces de resolver situaciones imposibles asesorados por seglares dedicados en exclusiva a discernir sobre el sistema y sus pecados. Y de la unión de todos los males nacieron los pecados veniales y mortales, sospechoso híbrido de progreso.

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