"Mis valores y todo lo sentido en mi vida no lo voy a echar a perder por nadie". Una amiga me diría: cuenta hasta diez que te veo venir. Hoy has empezado el día muy crítico, y sabes que el médico te dijo que ya no estás para alegrías.
Estamos en Semana Santa y el tiempo ayuda más bien poco. Alguien no se entera que estamos en primavera y en abril aguas mil... Además, mi estado de ánimo tiene que ver con mi interior, y éste varía de manera parecida al tiempo: en un mismo día me siento animado, emocionado: ¡alegría!. Y luego aparece la inmensa tristeza sin motivos. Dualidad. Motivación, desmotivación. Confianza, desconfianza. Preocupación, desasosiego. "Mi estado de ánimo es muy mío, y nadie es culpable sino yo". Entonces, me quedo en casa y yo me como el marrón porque soy incapaz de manejarme ahí fuera. Y así paso las horas, pero si por un aquel encuentro ingerencias en mi intimidad, y entonces... y luego... Luego es lo peor. Mi estado de ánimo se desequilibra y, "yo no tengo alzheimer: no perdono ni olvido". Una amiga que bien me conoce enseguida diría que sí, que la primera parte es mi proceder, pero lo otro, eso de "yo no tengo alzheimer: no perdono ni olvido", que lo escuché por alguna calle rota y quiero asustarme bien de mañana, es más: una amiga que bien me conoce me diría que no haga caso a decires estúpidos, que ya no tengo edad... Entonces, yo la cortaría y le diría: ¿para creer en la amistad, tal vez?
Una amiga que bien me conoce siente el abrazo de Dios cada mañana, pero yo no. Él le da fuerzas para seguir adelante, pero a mí no (que yo sepa, o pone bien poco empeño). Yo me echo a perder fácil... Yo me decepciono fácil... Es cierto, una amiga que bien me conoce sabe que esas palabras yo jamás las diría. Yo no tengo nada que perdonar porque siempre olvido antes de recordar. (A veces creo que mi amiga sabe más de mí que yo mismo).
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