domingo, 29 de abril de 2012

Entre confianzas, decepciones e ingratitudes

"No des a nadie lo que te pida, sino lo que entiendes que necesita; y soporta luego la ingratitud". Miguel de Unamuno.

¿Por qué necesitamos a los demás? ¿Qué es lo que nos hace seguir confiando en los demás? ¿Qué nos hace pensar que una decepción tiene cura? ¿No es suficiente el daño que nosotros mismos somos capaces de hacernos para ir en busca de alguien que nos perjudique aún más?

Como hasta las doce no voy a misa quiero ser positivo. Hoy tiene que ser un día feliz y confiable. Aunque la palabra confianza ha sugerido varias y fantasiosas etimologías, estoy convencido que tiene la virtud de ser la búsqueda constante de una segunda oportunidad... oportunidad relacionada con la tristeza, la pena, la soledad mal llevada. Porque con un par de decepciones debiera ser suficiente si fuéramos justos para no volver a confiar en nadie más. Pero no, salimos cada día a la calle con la inocente intención de encontrar a alguien que nos permita descargar nuestros sentimientos malheridos. Una alma gemela que nos salve de la última decepción. Una amiga del alma. Sin embargo, es conveniente ir por la vida con más cuidado, pues hay verdaderas profesionales de la decepción. Son personas que a primera vista inspiran confianza y están adiestradas en evitar que sus víctimas sufran una muerte atroz. Entre sus virtudes más notables se encuentra la misericordia, pues solo reconocen los sentimientos después de la decepción.

Ante la circunstancia que hoy me motiva a escribir sin ganas sobre la confianza como un mal endémico, y para que sobreviva en mí la esperanza, busco en la María amparo para que su bendición caiga sobre mí y rescate la confianza que aún pudiera quedar en mis adentros: "Cambia tu fisonomía, pero tú no". Ahora estoy más confundido que antes. Entonces, ante la duda, y para que el diablo no se ría de la mentira, no soportaré más ingratitudes que las necesarias, más decepciones que las precisas: ¡No a la confianza!. Así que cerraré con llave la puerta de mi corazón, ay. (No estoy exagerando).

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