Confieso ser un simple mortal sin banquero ni estafador favorito (perdón por la redundancia), ni político por quien mostrar debilidad.
Confieso que no he besado el anillo del santo padre ni he recibido la comunión de manos de ninguna eminencia reverendísima.
Confieso ser discípulo del hambre y alumno de una vida vivida bajo el síndrome de la golondrina que no hace verano porque solo piensa en la primavera, y que con la fuerza de un verso me apagaré a las puertas del silencio. Soy pues, un simple noctívago escribidor que aprendió por casualidad a saber lo poco que quiero, y aclaro que no hablo de amores exclusivos, sino a las cosas de mucha apariencia y poco valor que nos da la gloria y se lleva la vida.
Confieso que en la vida ya no tengo más esperanzas que las necesarias, y que desde que escribo tengo menos decepciones y más amigas (diga lo que diga). Y de manera especial una, que me enseñó que aferrarme a las cosas detenidas es ausentarme demasiado. Así que muchas gracias, y, a quien entre en este espacio de soslayo, que tenga en cuenta que ni va a ser la última vez que haga una confesión, ni va a ser por las buenas.
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