domingo, 5 de febrero de 2012

El pragmatismo manda

Uno lo aprendió haciendo camino, desgastando alpargatas por los caminos; uno lo aprendió de un paisaje, de un mar, de una noche desvelada. Uno lo aprendió del amor. ¡Oiga, respétese y respete!. Uno habla de dignidad en sus años altos para recordar cómo atemoriza esas ganas de morir que tienen algunos. Es malo ser feliz y no saberlo, y más aún estar vivo y que el tiempo te convierta en un ciprés del cementerio dejándote a merced del viento viendo pasar los muertos que sí saben que están muertos. Hablo de dignidad, pero también de miserias. Por delante de mi casa han pasado muchos muertos, algunos los acompañé en el sepelio. Los que acompañe lo hice porque los conocía, pero unos y otros, los que conocía y no, llegaron sin sangre. Lamentablemente hay quienes llegan vivos y se mueren en el cementerio, entre otras penosas razones porque ya no tienen sangre a quien succionar. En este país enfermo de olvidos no le quedan hombres que llamen a la muerte para saludar la gloria, nadie quiere morirse por amor, ya solo quieren morirse de éxito. Lo tengo escrito por ahí, corren malos tiempos para la vida y el amor. Tiempos terrenales sin esperanzas ni siquiera para entregar. La dignidad a veces sale cara. Desgraciadamente la historia la escriben los vencedores aunque su triunfo esté lleno de muertos, latrocinios, vejamen, delación, pena, olvido, silencio. Lo explicó bien claro el poeta del amor y la vida, Mario Benedetti, "un triunfo que nos llenara de vergüenza histórica o simplemente de vergüenza". Hoy, el que alguien sea digno como los pantalones caídos no está de moda. El pragmatismo manda, que es una manera intelectual de decir que manda lo peor de nosotros. Amanecerá un día y entrará el sol por la ventana, ojalá que no esté el cielo nublado y lo podamos apreciar en todo su esplendor. (Sin dignidad, herido en su conciencia, tan siquiera es asunto para el desvelo. Ahora, solamente es un hombre vencido, y la muerte lo sabe).

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