miércoles, 23 de marzo de 2016

El imperio de la injusticia.

Visto y leído -a las revistas que echan cuentas de las personas más ricas del mundo me remito-: nunca hubo más ricos en un país de pobres. Nunca tanta miseria humana. Los ricos por arriba son más ricos y los pobres por abajo son más pobres. El asunto es ese. Es una vergüenza que seamos incapaces de hacer que la riqueza que genera el país beneficie a todos y todas. No es por asustar, además no sabría cómo, pero todo apunta a que estamos adquiriendo mentalidad de tercer mundo.

Indiscutiblemente estamos tocando fondo. Es imperdonable la voracidad de los que cada día son más ricos con el beneplácito de los que nos gobiernan... Y las grandes fortuna pagan sus impuestos donde más les conviene fuera del país. Y qué curioso, de los ministros que fueron la mitad y dos presidentes, asesoran a las empresas más ricas. De nuevo los políticos y los grandes empresarios van de la mano. Hablo de las puertas giratorias, ese patriotismo que sabe a negocio.

La historia que se escriba de esta patria tratará en exclusiva de la evasión fiscal y la corrupción por un lado y por otro de los desahuciados de la vida: la salud, la pobreza, la esperanza. Donde los porcientos económicos conducen a la marginación de la ciudadanía; las familias, no me canso, las familias, y los niños primero pasan grandes necesidades. Los que nos gobiernan se creen dioses y son incapaces de atender las necesidades básicas del pueblo. Faltan a la palabra: imperdonable su desfachatez.

Lascivos morales, torpes para calcular las consecuencias de sus latrocinios, ni se imaginan el mal que hacen. Las condiciones de vida que cultivan imposibilitan juntar los extremos de la riqueza, la equidad por arriba y la usura por abajo. Es lo que hay. ¿Tendrán los dueños de los partidos políticos el coraje de llegar a pactos de gobierno antes de que el rey convoque otras elecciones con un mismo resultado? Es la pregunta. Mientras, la tristeza infinita se apodera de Bélgica. El dolor que ni un poeta sabría explicar.

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