lunes, 5 de mayo de 2014

El semáforo

Llevo años compareciendo diariamente ante el mismo semáforo de la que voy a la piscina. Desde su luz siempre en rojo contemplo el hermoso juego de figuras que emanan de la montaña cuando el sol le propaga su fuego al amanecer.

Hoy, como todos los días -pero más-, se enfadaron los impenitentes conductores por la cola que les hice pasar, y es que al ponerse en verde el semáforo no había visto el paisaje completo y sin querer me quedé estupefaciente como si el freno de mano me bloqueara también a mí. Pero hay más, porque no solo son las figuras de ficción, hoy además he descubierto un río. De tanto mirar el sol y la montaña no vi un río. ¡Joder, dona, además hay un río!.

Cuando el sol da buena cuenta del último quebranto de la montaña es cuando con desatada rabia sus rayos buscan un nuevo cometido y se sumergen en el río. Sus vadeos camuflados entre los cañaverales perforados con saña por sus rayos me han hecho reflexionar sobre lo que tanto ignoro. El semáforo me ha enseñado el amanecer combinando la fuerza del fuego y la tierra; pero creyendo que ese era su único fin, confiado, no he tenido paciencia a que el sol rematara su faena. Hoy mi amanecer fue la poesía que se explica y me hace pensar que ayer también lo fue y no lo vi; entonces quizá mañana el semáforo me descubra otro paisaje, otro regalo solo para mi.

En la vida no me gusta rendir pleitesía a las cosas que son, me gusta más rendirme a las que no son, o a las que están por descubrir, a las que están ahí pero me pasan de soslayo... Supongo que para la mayoría de la gente de mi pueblo el semáforo es un calvario: les frena su huída hacia delante. Si prestaran un poco de su tiempo al semáforo tal vez se darían cuenta que no les quiere hacer la puñeta, solo pretende enseñarles que hay una montaña pequeña orientada al este donde al amanecer su figura entra en erupción frenando al sol y acogiendo sus rayos con la complicidad de las nubes y la brumas formando un lienzo enrojecido digno de inspirar la obra nunca pintada. Pero es que además había un río. Y si hay un río hay unos ojos de mirada triste...

Cuando mi mente absurda está de buenas madrugadas me seduce con el semáforo y me regala una nueva fantasía. Cuando sopla levante no existe montaña, ni este, ni nubes, ni brumas, ni sol. (Ni la esperanza de volver a verte, amor). Lástima que solo pueda apreciar al alba cuando está en rojo el semáforo y mi ánimo en verde.

6 comentarios:

  1. Como te iba diciendo -en mi mente- eres afortunado en vivir en un pueblo y tener esos paisajes -aunque sea detrás del semáforo- y me da gusto hayas tenido la fortuna de verlo hoy, eso te sensibilizo e hizo darte cuenta de lo bello que te estabas perdiendo, ahí, detrás del semáforo.
    Aprovechalo siempre que puedas.


    Disfruta de soslayo.

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  2. Voy a gritar. En unas horas solo estaré para mí. Hoy no amaneció conveniente a mis intereses. Beso.

    Salud.

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  3. Bueno, es una lastima, ojalá todo vaya bien.

    Cuidate

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