Primero fue la nada: el silencio y la oscuridad. A continuación llegó el parto estremecedor de la tierra. La luz del sol y la cara negra de la luna. Y se hicieron presente los colores: rojo sangre, verde Asturias, azul Mediterráneo. Después llegó la lluvia y apareció el arco iris agrupador de los colores. Y sonó la música, el canto, la melodía del viento y la repercusión del agua. El relámpago, el temblor, el trueno sobrecogedor. Y todo quedó a la espera del nacimiento discreto de la vida en una misteriosa combinación de micro cosas también recién nacidas, lo que devino en el salto de un pez fantástico que en el aire transformó su aletear convirtiéndose en un ave deleitosa de rugido monstruoso, algo de mirada profunda, frágil en su materia, poderosa en el deseo, el amor, la poesía. Creadora del universo que interactúa en el espacio-tiempo: la palabra. Y la Tierra comenzó a girar. Aunque ya nada fue igual. Al nacer la palabra nació el fabular que describe la existencia natural del todo: "de soslayo", la entelequia de todos los días. Pero hoy, un pero lento, hizo realidad la vieja sentencia que viene a ser como el último cuplé de la realidad que empieza a hacer aguas por las venas: edad de oro, escasa voluntad y olvido. Los viejos únicamente nos diferenciamos de los jóvenes en el hecho incontestable de que llegamos antes. La primera evidencia del envejecimiento es no tener un traje a medida y una musa inspiradora. La terquedad ha venido a removerme la cabeza entre los escombros del pasado y situarme entre mis miedos y agraviarme como si fuera una persona normal, o un hijo malcriado y desleal. Gracias.
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