Recorrer la ciudad en la noche fraudulenta con sus bares y luces de neón, con sus calles solitarias, frías, y sus cazadores de lástima es un espectáculo cruel. Triste es no soñar porque nunca se encontrará lo que hay más allá de los sueños, pero más triste, triste de morir, es ver a una mujer de la noche fraudulenta en el parque. De cuando en vez logró escapar juicioso del día y aprovecho la noche desvelada para caminar solitario por las calles, desandar nostalgias sin mirar atrás, saludar el olvido, los años idos, ay, los años dementes, y homenajear sin prisa la desdicha de estar sin estar apenas; por ser hoy igual que ayer y mañana, por ser días diferentes con la misma noche. En la noche fraudulenta todo llama mi atención y la soledad de aquella mujer en el parque, la que siempre espera y nunca está sola, me entristece, porque no espera como esperan las mujeres amantes la compañía deseada, la compañía que ella espera aparece, pero en un suspiro desaparece dejando tras de sí más fraudulenta noche. Como cada noche se esconde confiando que deslumbre el alba tratando de olvidar a quien el día anterior apareció aunque no deseó, el que llegó y acompañó a la vieja pensión, el que compró su amor. Hay historias de amor que una mujer no debe tener. La soledad es la enfermedad de nuestro tiempo, silenciosa, íntima, cruel: dolor de alma. En los bares de siempre hay mujeres de la noche que valoran su glamour. La noche fraudulenta con la atrevida insinuación hecha mirada. Hay demasiada pobreza de espíritu por las calles. No sé si es peor que me escape del día juicioso o que me atrape la noche. De vuelta a casa sigo el camino acompañado del recuerdo de aquella mujer del parque desnudando cada detalle del hombre que acababa de llegar imaginando ser su gran amor, pero solo en la noche fraudulenta que busca amor de emergencia, el socorrido amor que no enamora, el amor consumado en el oscuro cuarto de una vieja pensión. Gracias.
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