El cáncer de mama es una alteración muy grave de la salud que, sin dejar de ser una enfermedad común, es una locura que no se va de la cabeza. Un día llega porque sí y sin llamar a la puerta entra y se queda a matar o morir: ni castigo divino ni un verso gris; además pone condiciones. El cáncer de mama cambia el vivir de la mujer y se ve obligada a hacer un paréntesis en su vida. La tragedia tiene dos actores principales: la mujer y el propio cáncer desde el instante que el cirujano lo confirma después de diversas pruebas agresivas que debilitan su capacidad física y psíquica. Guerra abierta por el maligno contra la vida. Habrá o no Dios y María, pero hay maligno y hay infierno. El cáncer de mama transforma la idiosincrasia de la mujer y en su comportamiento anida la desesperación. De pronto se para el reloj y todos sus días se convierten en un contratiempo funesto. No quiere saber de las personas que más quiere, ni de sí misma. Una realidad desconocida espera que una mujer le haga frente obligándola a redefinir sus prioridades. Una trama asesina se vuelve más enrevesada al paso del tiempo. No existe mujer en el mundo que al conocer de cerca el cáncer de mama no se desmorone. Y no cuentan experiencias ajenas, cada cual sufre la suya en un mar de interrogantes que quiebran la mente. Pero otro día, y también llega porque sí, el reloj echa a andar y el cáncer de mama no está, se fue, huyó y da a creer que una mujer, una heroína, ganó la batalla al maligno, y quizá la guerra. Es entonces cuando aparecen las secuelas que llevan a pensar si todo sigue igual, si el antes y el ahora será el después. Esa duda jamás se irá de su vida. Y sí, de lo malo también se aprende y se encuentra sentido a las cosas insignificantes. La fe es trascendental, porque sin fe no hay esperanza, de ahí que siempre habrá un poema que manifieste con la más bella prosa que a una mujer le ha vuelto la salud al cuerpo. Y de madrugada murió la muerte. Felicidades. Amor.
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