Cuando escribo dejo dicho lo que quiero, aunque a veces por escribir confuso o con palabras rebuscadas y formas extrañas lejanas de la sintaxis ni yo mismo me entiendo. Lo que sé de cierto es que escribo en defensa propia y que la palabra es mi escudo y es mi espada. Entiéndase o no, importa que dejo dicho lo que quiero, y quiero vivir el día que escribo. Cuando era inocente escribía con palabras envenenadas para mantener el suspense hasta final. Luego me declararon culpable sin juicio ni defensa y fui en busca de Alba Cardalda, psicóloga, especialista en psicoterapia cognitivo-conductual: "Cómo mandar a la mierda de forma educada". Y los mandé a la mierda educadamente. Joder, dona, según escribo contemplo que mi palabra y mis sentimientos no son de fiar. Licencia literaria, tal vez. O que en los años altos el amor se ausenta hasta que alguien lo encuentra y lo enternece. Me mueve el amor. El amor se muerde la lengua cuando no puede compartir la poesía y desvía la mirada y pisa con prudencia porque cerca anda la hipocresía que esconde propósitos rencorosos. En cualquier caso, hablar con palabras que no se dejan desenmarañar... Escribo tu nombre, te nombro con mente sosegada y me escucho. El eco del silencio es mudo, pero trasmite en onda corta. Imagino que me estoy adelantando a una decisión que va a ser replanteada. (Quien calla su segunda intención controla sus necesidades, es paciente con el lenguaje y descodifica el mensaje). Gracias.
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