Hoy quiero pensar en ti, no por haber cambiado tus caderas de acera, es insano el amor exclusivo, sino por cerrar la Casa de la Cultura. Digo que quiero y no sé si quiero, porque es infame impedir que el conocimiento penetre la mente del pueblo. No me entra en la cabeza que dejaras que la Casa de la Cultura entrara en concurso de acreedores, antesala de la quiebra. Encuentros literarios, presentación de libros, debates culturales... Promover y gestionar actividades artísticas. Impediste que la Cultura fuese una bocanada de aire fresco. Demasiada vanidad, demasiada ignorancia para reconocer la excelencia de la Cultura. Precisamente por eso debiste declarar de inutilidad pública el edificio y darle uso comercial: distribuir chismes al por mayor o al detalle pulseritas de quinceañeras enamoradas, lo que fuese antes de cerrar la biblioteca pública y condenar los libros a la mugre del sótano. No soy de enviar misivas que capten la atención de los vecinos para que defiendan sus señas de identidad, pero tu odio y tu venganza enterró su historia. Aunque nada es para siempre: ¿A qué sí? Te echaron y otro dio a la Cultura la importancia que merece, según me cuentan. (Por mi parte habría aceptado otras soluciones, por decir, dar el beneficio de curar el desamor cuando no hay amor para anclarlo a la esperanza cuando hay dolor y no esperanza). Gracias.
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