La dama que no me deja ir me dijo que ante un ataque de ansiedad hay que respirar. "Tú respira". Y siguió a lo suyo, pero a lo suyo le faltaban unos minutos, los mismos que a mí de prestarle atención, así que fui a mear y a los minutos exactos hice acto de presencia. "¿Y de otra manera? Me preguntó con la cara de haber resuelto el jeroglífico de la ansiedad. "Ey". "Pues mantenemos la medicación y nos vemos en primavera". No se desesperen: ante un ataque de ansiedad respiren... También deben respirar cuando se estén ahogando, o cuando les abrace la melancolía en los años altos. Una bocanada de aire puro a tiempo nos salva la vida. Eso ya me lo fui musitando escaleras abajo mientras pensaba en quien, cobarde, huyó escaleras arriba causando un profundo dolor. Hablando de dolor, días atrás escribí: "Créanme: existe un dolor oculto más allá del dolor de alma. Lleven una vida tranquila, cuídense, prioricen la salud mental". ¿Recuerdan? Por ser experiencia propia quizá dejé desasosiego en el ambiente. Si confían en mí (soy güelu, no un politicastro cualquiera), tienen que volver a creerme aunque les parezca inaudito. Existe un dolor más allá de ningún otro, pero este nos hace más fuertes de lo que podamos imaginar si lo hacemos nuestro: El dolor de otros. El mayor don humano que tenemos es soportar el dolor de otros sin desmoronarnos, y nace de nuestra humanidad: La esperanza. (Sabes que hago mío tu dolor, necesito que no pierdas la esperanza). Gracias.
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