Llegó el invierno. Llegó el día previsto. Llueve y hace frío: era de esperar. Y las cosas no cambian. Las cosas hieren el alma. Y a pesar de tener una extraordinaria capacidad de asombro y curiosidad por las cosas pequeñas, diciembre no me trasmite valores solidarios y mi mente absurda vuelve a dar en loco. Podía ser mejor, puesto que el amor suma y no resta, pero este amor duele, duele y duele, solo resta. Y mi mente absurda reacciona por la tremenda. Será lo que tenga que ser. Yo siempre estuve aquí, y sin embargo, nunca viví aquí. Viví lejos. Diciembre y mi mente absurda no se llevan bien. La tristeza profunda se asienta en mi entorno cercano y lamenta la ideología neoliberal que le importa su ombligo y nada más. El neoliberalismo deslegitima el deseo colindante. Ni los deseos son derechos ni los derechos deseos. Es un círculo vicioso que confunde las obsesiones con la realidad y fragmenta la convivencia. La pérdida de conciencia social diluye la mejor correspondencia. La mejor correspondencia es un conflicto de intereses. El fanatismo que envilece la colindancia. La ley del más fuerte. Gracias.
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