A punto de abrir la puerta y dar mi paseo en bicicleta por Les Seniaes mi esposa me dice que espere (y yo me pongo en lo peor, pero no sé qué es peor, al mediodía ya hice todos los recados y algo peor no existe). Se percata de mi cara de miedo, de prepárate que es posible que el dolor te lleve al cementerio. Mi esposa cree en Dios y también me podía llevar al valle de la oración y enseñarme a ser inocente. Tampoco sé si quiero ser inocente. Intento imaginar qué quiere mi esposa y entro en un proceso de desesperación y angustia y por favor, ay, esposa mía, no me hagas esperar más, dime cuanto antes lo que tengas que decirme, o déjame ir en paz. Y se acerca a mí, y en el wasap de su teléfono móvil me enseña una fotografía de dos enamorados bailando en zapatillas de andar por casa. Un padre, una hija. Una risa y un beso. El mejor regalo. Gracias.
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