Entre dos, uno pierde. Hablo de una relación impuesta. Un compañero de trabajo, una religión, un partido político, una afición... ¿un hermano? Entre dos, uno pierde, siempre habrá quien pierde y ya se sabe que a nadie le gusta perder.
Si fuera honesto, diría que me había impuesto una auto censura, que no quería sacar este tema a debate, porque entre dos, uno pierde, y yo soy uno, incluso de manera retroactiva sigo siendo uno.
En toda relación impuesta uno pierde. Solo en el amor nadie es culpable y nadie pierde. Es un asunto delicado que levanta pasiones de todo tipo. En un debate reciente que presencié donde la familia era el centro del argumento, todos eran felices y comían perdices. Yo era invitado y nada dije, pero entre hermanos, nadie perdía. Ni matices, entre hermanos, nadie perdía y se acabó.
Soy incapaz de encontrar una salida airosa que me lleve a comprender que entre hermanos nadie pierda, que no es cierto que uno quiera y otro se deje querer. Que uno calle porque unos padres... Que entre dos, hermanos o lo que sea, mientras una relación sea impuesta uno pierde. Sin ánimo de sacar mis miserias a pasear, aún retumba en mis oídos palabras que cobran sentido en mi cabeza cuando oigo hablar de este asunto. De viejo, uno no tiene que suponer o imaginar lo que sabe porque lo ha vivido. Y sí, duele sufrir una relación impuesta: son humillaciones y también decepciones.
No pretendo sacrificar la esencia de lo que nos identifica como seres humanos, los valores, los que nos enseñaron y los que aprendimos por nuestra cuenta, pero si se trata de hacer justicia, reclamo mi derecho a opinar que entre dos, uno pierde. Pero hay más, lo que va, vuelve. Y eso ya es la hostia.
Si fuera honesto, diría que me había impuesto una auto censura, que no quería sacar este tema a debate, porque entre dos, uno pierde, y yo soy uno, incluso de manera retroactiva sigo siendo uno.
En toda relación impuesta uno pierde. Solo en el amor nadie es culpable y nadie pierde. Es un asunto delicado que levanta pasiones de todo tipo. En un debate reciente que presencié donde la familia era el centro del argumento, todos eran felices y comían perdices. Yo era invitado y nada dije, pero entre hermanos, nadie perdía. Ni matices, entre hermanos, nadie perdía y se acabó.
Soy incapaz de encontrar una salida airosa que me lleve a comprender que entre hermanos nadie pierda, que no es cierto que uno quiera y otro se deje querer. Que uno calle porque unos padres... Que entre dos, hermanos o lo que sea, mientras una relación sea impuesta uno pierde. Sin ánimo de sacar mis miserias a pasear, aún retumba en mis oídos palabras que cobran sentido en mi cabeza cuando oigo hablar de este asunto. De viejo, uno no tiene que suponer o imaginar lo que sabe porque lo ha vivido. Y sí, duele sufrir una relación impuesta: son humillaciones y también decepciones.
No pretendo sacrificar la esencia de lo que nos identifica como seres humanos, los valores, los que nos enseñaron y los que aprendimos por nuestra cuenta, pero si se trata de hacer justicia, reclamo mi derecho a opinar que entre dos, uno pierde. Pero hay más, lo que va, vuelve. Y eso ya es la hostia.
Yo esta vez aparte de jodida siento que perdí, ¡Maldición! Fea la noche y luego sin luna.
ResponderEliminarTranquila, amanecerá. Muchas gracias. Beso.
ResponderEliminarSalud.