Patricia me cuenta que su marido... Y Patricia no hace falta que me cuente acerca de ella: su mirada es chivata para mí. Van los dos atiborrados de ansiedades... Pobres, lo que se dice pobres, siempre lo han sido, pero ahora, además, son pobres de espíritu. Una cosa es la pobreza y otra mucho peor la seguridad de sentirte desamparado, ese sentimiento de impotencia. El jodido pronóstico de la muerte atemoriza al humano ser y le hace vulnerable y solo ante el peligro, inminente como el nuevo día, cierto como no llegar a fin de mes. Cuando llegué al Pueblo de Patricia, Eugenio, mi viejo y sabio amigo, me dijo que en el pueblo no tendría que pedir la hora, que a las seis de la mañana iban al campo y a las seis de la tarde volvían. Casi todos vivían del campo y era duro, pero se les veía felices, ahora el campo no da de comer y van agobiados con los usureros y la agenda repleta de asuntos inaplazables perjudicando la salud. Los empresarios amigos de Rajoy los esclaviza y el recelo de las mil noches oscuras quiebra su Salud Mental. Eugenio murió y con él el pueblo que no se pedía la hora porque solo a las seis había a quién pedírsela. El tiempo de ocio, dedicarse unas horas a sí mismo o la cacareada reconciliación familiar no hacen buenas migas con estos tiempos. (Somos pobres de espíritu y de todo lo demás. Somos pobres de verdad). Gracias.
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