A una mujer le escribí a vuelapluma una carta tropezando con las palabras; le escribí de corazón pero intranquilo. No quería que hubiera malos entendidos, le escribí para enseñarle el camino de la resurrección, según su fe religiosa, el del ave fénix según la mía y de la mitología griega. Le escribí para que volviera a la vida y apostara por lo que pudo ser. En de soslayo la escritura indómita a veces me somete y escribo de corazón atarantado. Fue el caso, y no tengo conciencia de haber hecho mal, tenía que escribir la carta, pero como soy casi santa, tampoco es para que me crean. Estoy en todas partes de su vida. Y un día y otro me seduce con un abrazo mortal y luego me destripa en el caos. Llevo días esperando respuesta y no tengo respuesta. Le di dos días para responder, como siempre que le escribo sin esperar respuesta, si no le apetece. Le apetecía siempre, o casi: hoy se acaba el plazo y no responde. Será una carta más de las que escribo echada a perder, lo que llevará seguramente consigo el adiós definitivo. Otro burdo ejemplo de la desconfianza puesta en práctica por los sinuosos caminos de la posverdad para perjudicar a una mujer que nunca fue adversaria si no en su maquiavélica cabeza. Una mujer se dio al olvido y siquiera buscó el camino de vuelta. Cuando algo muere necesariamente algo nace. (Regreso a mi mundo). Gracias.
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