Te traigo a la memoria y no pienso en la flor de azahar, tampoco en una rosa roja. Pude ser ciencia social y política para ti, y fui una lágrima resbalando por tus mejillas. De una joven que empezaba no esperaba agravios ni peores abusos: era lo que había. No te valoras lo suficiente. ¿Cómo fue que se te/le ocurrió pisar la frontera familiar? La familia, y los hijos primero. Tu izquierda es mi extrema derecha. Te creé el problema y cuando fui a solucionártelo me diste con la puerta en las narices: no, así no, si hablamos de política permíteme que te solucione el problema, y si hablamos de amistad, cada cual tiene su estilo. Se te dan mejor las fiestas y los jardines de infancia, y las palmas y los palmeros. Luego el orgullo te impidió encontrarme. A pesar de todo, incluyo el sicario que enviaste para matarme (te luciste), partí sin denunciar corrupción, impunidad y descaro. ¿Quién negaría el sistema clientelista que utilizaste? A estas alturas de la desesperanza es justo recordar, sin llegar a Jean-Paul Sartre: "El hecho de que los otros sean el infierno, no significa que seamos nosotros el paraíso". Los que dejaste en tu sitio al irte (al irte sin despedirte por la puerta de atrás), cuanto más me cuentan sobre tu gestión, más entiendo tus fracasos repetidos, tu eterno cocinarte en tu propia salsa, tu aislamiento y esa enfermiza capacidad para la autodestrucción. Gracias.
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