De cuando en vez me siento frente a la biblioteca de casa y dejo correr el tiempo ante tu fotografía. Te preguntarás qué pinta tu fotografía en la biblioteca de mi casa. Yo también me lo pregunto. Tu fotografía la tengo situada a la altura de los ojos. En ella no busco lo que el tiempo se llevó, busco tu sonrisa que siempre será la mía. Por una fotografía no pasa el tiempo, y yo ya me acostumbré a tu ausencia. Por tu ausencia. Desde que aprendiste a fingir te imagino triste. Tus promesas engañosas, culpables. Pero sigues ahí dándole a la rueda y no lo entiendo. Me diste libertad para quererte conforme a nuestras benditas necesidades, y a la vez me negabas por tu mala cabeza: Enfrentaste el amor de dos. No te quisiste. Por los pensamientos y los sentimientos que no requieren acuse de recibo. Te negaste a hacer las cosas bien y sellar nuestras vidas para siempre. Ni siquiera te diste una oportunidad. De haber reclamado tus derechos familiares, de ser lo que nunca fuiste. Ya ves, yo sigo a lo mío luchando por obtener respuestas y dar sentido a los viejos tiempos y solo cosecho lodos de viejos polvos. No, no te quiero hacer daño, tú no tienes que ver con este desahogo, porque no dejé de quererte y a cierta edad el rechazo no sienta mal del todo. (Creo en el amor ciego, pero no deseo que un día asomes por algún recodo inesperado de mi vida). Gracias.
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