Confianza, sanar, crecer. O ver para creer. Se dice que "no hay peor ciego que el que no quiere ver". No me cabe la menor duda, por haberla tratado tantos años, durante los cuales conocí su excelente condición humana, cargada de sensibilidad y sentido de solidaridad, solidaridad y compañerismo; por sus aportes al bienestar social; por sus contribuciones a la cultura; por sus maneras, siempre positivas, ante las vicisitudes que le tocó vivir; por todo lo que aportó, con ejemplos y palabras de esperanza, por sus éxitos empresariales. Por todo eso digo que si alguien merece descansar por siempre en paz, después de una intensa entrega a la vecindad, aportando a sus días soluciones, empezando por los más necesitados. Terca, a quien perdió la vista y provocó la ceguera, tal vez por la tontería, el orgullo, ay, el orgullo, los prejuicios, o la insoportable rutina. Lo cierto es que tomó la medida al pueblo y desde el pueblo asaltó los cielos. No más palique con tristes de morir, la saliva peor gastada. Ella: "que cambie sus caderas de acera y arroje todas sus miserias al estercolero municipal". Él: "si algo enseña la política es la certeza de lo que se ha dado en llamar, la maldición de volver de entre los muertos. Abandonó su cuerpo y...". Pero ese es tema para otro de soslayo. Que Nicolás Guillén, poeta y activista, desencadene la revuelta: -¡Tun, tun! -¿Quién es? -Una rosa y un clavel. -¡Abre la muralla!. (Cuando estas palabras leas, de confianza llena... Tú abre la muralla). Gracias.
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