lunes, 22 de enero de 2018

Al quebrar el alba.

Al quebrar el alba, y paseando con Enol por Les Seniaes (Dios y María y Patricia saben qué hace Ian en la guardería con monjas en vez de pasear con nosotros por Les Seniaes... Lo tengo que aceptar o moriré de pena), porque el día lo pedía a gritos, seguimos paseando a la orilla del río y al llegar al cementerio estaban quemando huesos del osario. Y los queman porque en el cementerio ya no caben más muertos. El alcalde del pueblo de Patricia está en busca de la solución: pleitea por unos terrenos colindantes para ampliar el cementerio y volver a enterrar los huesos que sacan de la sepultura porque apilarlos hace feo, tampoco esperar la resolución del pleito porque los pleitos en este país van para largo y entonces los queman. De ser así -y siembro la duda porque no lo sé de fijo., alguien quemará sus restos en el infierno. Lo cierto es que salía humo del cementerio y olía a muerto, eso no hay alcalde que me lo pueda negar.

Y Dios preguntó a Ezequiel: "¿Qué ves? "Un valle de huesos secos en gran manera", le respondió. Entonces Dios le ordenó: "Habla a los huesos para que vivan". Fue en ese momento, como alma que lleva el diablo, cuando partí con Enol hacia casa. No esperé ni siquiera a que Ezequiel le hablara a los huesos para que vivieran. Me pudo el miedo.

De cuando en vez me paro a pensar y creo que vivo una vida de ciencia ficción como la de ese político -cuyo nombre no me viene a la cabeza-, que quiere ser president dels Països Catalans desde Bélgica. Como si Bélgica no estuviera hasta la visera de Flamencos y Valones fuera. Lo que pasa en este país no pasa en otro país del mundo... Gracias. 

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