martes, 23 de enero de 2018

La indiferencia como tortura.

Escaso de imaginación para escribir algo que interese escribiré una verdad a medias. Hago constar que hasta aquí y nomás puedo llegar. Y ya me explico: Odiar perjudica seriamente la salud. Además, quien odia siempre pierde, como quien escupe hacia arriba también pierde porque todo lo que sube baja. Yo, jamás odie a nadie, tal vez porque nadie es nadie. Eso no lo sé. Lo que realmente sé y me apasiona es la indiferencia: ¿Quién puede odiar a una persona que no conoce? ¿Comprenden? "Lo contrario del amor no es el odio es la indiferencia. Lo contrario de la belleza no es la fealdad es la indiferencia. Lo contrario de la fe no es herejía es la indiferencia. Lo contrario de la vida no es la muerte sino la indiferencia entre la vida y la muerte". Elie Wiesel. (Lo contrario de ti soy yo, allí, en medio de ninguna parte).

Hay quien pagaría por saber lo que una persona piensa. Hay quien pagaría  por "leer unos labios". La indiferencia es asunto serio porque provoca ansiedad, estrés, ganas de llorar y de comerse las uñas. Todo pasa por la comunicación pero se vuelve imposible por miedo a yo qué sé. Y el intento por interactuar forzado desgasta y anula toda posibilidad de volver al amor, que sería sin lugar a dudas la salvación. De viejo, considero imprescindible volver al amor, pero sé que es imposible. Antonio Muñoz Molina dijo: "Esto de la literatura hay mucho de enfermedad". Y no miente. Gracias.

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