El cursor se quedó arriba, en la primera línea, inmóvil en la pantalla luminosa, intermitente con su burlona presencia de estricta y fría esencia informática. Y se ríe, se ríe compulsivamente de mí sin yo poder impedirlo o responder a su provocación. Me saca con insolencia su pequeña lengua de negras papilas electromagnéticas. No escribe ni un triste monosílabo: se niega rotundamente. Simplemente se queda ahí, plantado con su mudo tic nervioso que resuelve su breve materia de electrones saltarines. Pero nada puedo hacer porque ni siquiera una idea pueril se me ocurre para darle que hacer, para obligarle a escribir. Ni una frivolidad que rompa este absurdo silencio. Rebusco en mi interior y me viene a la memoria un verso que descarté por impropio días atrás, era un verso quebrado que oí en la panadería. Era un secreto relacionado con una dama que un caballero no puede desvelar. Escaso de imaginación... Y el cursor sigue ahí, burlón ante mi impotencia porque sabe que hoy no tengo nada que merezca la pena escribir. Qué triste.
Por eso esta hoja hoy la dejo en blanco. No será tan siquiera un espejismo. En realidad no es nada. Y qué casualidad ahora, por pura inercia, al saber que he decidido apagar el ordenador el cursor se deja caer hasta la última línea de la pantalla y se sigue burlando. Me ha chafado el día. Días tiene uno que no sabe cómo tomarse las cosas. Gracias.
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