"Dentro del corazón está la muerte como una runa blanca de ceniza". A veces cuesta reconocer
que un poeta miente.
Si dentro del corazón está la muerte quizá deba cambiar
de profesión: de pensionista enamorado a asesino en serie. Y pasar
de largo donde reside del bendito amor y la santa poesía. Si un poeta pierde la credibilidad dejará de haber poesía
y yo me quedaré sin atracción por lo místico,
los mágicos destellos del amanecer, la fascinación y el tiempo.
En la vida no se me dio mal el amor. Confieso que tuve mucha
suerte en el amor, lo justifica el hecho de encontrar a una mujer como mi esposa
que me quiso y me sigue queriendo. Una vida dan para quererse hasta las trancas y aún así, nos parece poco y la sigo persiguiendo como un quinceañero por
el pasillo de casa para robarle un beso cuando Ian no está. Me
vuelve loco. Lo que también es de locos es tener que esconderse para robarle un beso a mi esposa. Rectifico y ya no
digo robarle beso, digo que se deja robar un beso. El tiempo no corre
para ella, el tiempo corre para mí. Mi esposa es más joven y más hermosa que
siempre. Y nunca dejó de tener un detalle de amor para mí,
también para sus hijas y ahora, además, para Ian. Ella es el
bendito amor que no tiene fin. Y a pesar de que un día el maligno
intentó hacerle daño a través de un endemoniado cáncer, heroína entre
otras muchas heroínas, mi esposa lo derrotó sin contemplaciones y lo echó de sus adentros con el rabo entre las
patas de atrás. Nunca perdió su risa y su alegría. El maligno no sabía de quién era el cuerpo en el que
se metía. Nunca volvimos a saber de él. Tuve mucha suerte en el
amor, lo confieso. Y no, poeta, dentro del corazón no está la muerte como una runa blanca de ceniza, dentro del corazón está el bendito amor y la santa poesía y tiene nombre: Se llama Carmen. Gracias.
Muy bien...
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