Me cuenta mi esposa que tomando café con unas amigas en la
terraza de un bar... Las amigas de mi esposa no son amigas mías.
Recuerdo que algo a sí se lo dijo Joaquín Sabina a mi hija,
Kristel, con Benjamín Prado de testigo, en la presentación de un
libro de poemas en Valencia pero al revés: "Los primas de mis
amigos primas mías son". Aquél abrazo y los besos que se dieron serán
tema para otro de soslayo, si Dios quiere. (De la cagalera de Kristel nada que decir). Kristel sabrá disculparme por sacar a pasear uno de sus recuerdos más felices. El caso es que una amiga ida de mi esposa clavó su mirada triste de morir en mi esposa en señal de por qué a mí, como el acertijo. Sabiendo como se sabe que nada es eterno y que morir de amor ya no se lleva, no sé a qué viene el acertijo. La vecindad del pueblo de Patricia me desconcierta como la dama que no me deja ir cuando me pide una cita. Oiga usted, doctora, ¿no sabe que no puede intimar con sus pacientes? Probe, llevamos treintaytantos años de uno y otro y aparte de las pastillitas de colores que me receta ni un caramelo de menta para mi afonía. Ella quiere saber y yo no quiero que sepa para no darle esperanzas. (La vida es dura, como duro es el camino si una mosca cojonera te ronda la cabeza por dentro).
Mis amigas idas se fueron para no volver, qué le vamos a hacer, pero me leen cada madrugada y nunca dejarán
de quererme (¿quién es capaz de quitarle un caramelo a un niño? La amiga ida de mi esposa quizá no sepa que existen lavadoras automáticas que lavan los trapos sucios en casa y que la barra de un bar no es el
lavadero municipal, ni un confesionario. No me extraña, como la
poetisa nos confirma, que esté vacío el confesionario, y yo añado,
y el cura en paradero desconocido. La misma miseria con la
misma lágrima cansa por beato que sea el cura. "El Señor Dios es mi fortaleza; Él
ha hecho mis pies como los de las ciervas y por las alturas me hace
caminar".
(Habacuc 3:19). Gracias.
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