El miedo es libre y cada uno lo vive a su manera. El más valiente y el más cobarde viven espejismos que a veces son realidad y otras no. Vivir aferrado al miedo es la continuación de una segunda parte del desconcierto que quiere huir del espanto.
Era la hora de almorzar y no tenía hambre, tampoco merendó ni la tuvo para cenar. A veces levantaba los ojos y murmuraba: “¡Qué hora es!”. La noche era profunda y con la luz de la habitación no se veía nada, solo se percibía un rumor por el pasillo.
Una vieja mujer de pelo cano y mirada ida pasea por el pasillo tal vez en busca de la enfermera de guardia o de su energía y su frescura. Luego se arrodilló de cara a mí y me dijo: "Verá usted, señor, hace años, maté a un hombre y volverá para llevarme. Lo espero esta noche". Más que un hospital es un manicomio sino es lo mismo.
Cansado de presenciar aquel espantoso panorama me fui a acostar, cuando la vieja se abalanzó sobre mí tartamudeando con voz enloquecida: "¡Ahí está!, ¡ahí está!. ¡Lo oigo!. Me volví hacia ella y la vi como atormentada por su visión. Con los gritos llegó la enfermera y se la llevó hacia su habitación. Preso del miedo el corazón me latía a mil, pero lo mío no importa.
Me quedé sumido en el silencio; aún no había amanecido. Hubiera preferido volver a vivir todas las horas del lunes de otra manera. Son las cuatro de la mañana y no he pegado ojo. Más tarde pasará el médico y nos dirá algo. De otra manera todo bien, gracias
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