Se avecina un septiembre delicado para la familia. Estoy cansado, nada cambió. Quisiera ser diferente, aceptar la realidad de los hechos sin quebrarme la psique. Acepto lo que acepto, pero no me conformo así me maten. Espero otra oportunidad. Pasé por circunstancias dolorosas en la vida y las acepté porque no tenía opción. Defiendo a capa y espada mis voluntades hasta las últimas consecuencias. Mis voluntades son derechos. Hago lo que tengo que hacer en defensa de mis derechos y no son míos, los hago míos porque siento la obligación de hacerlo. Me obligo a leer y escribir, y a defender los derechos de la familia. A veces tengo razón y pierdo, eso jode: nunca se sabe; perder con la razón en la mano es una satisfacción similar a la de ganar por lo mismo, según me cuentan. Defiendo la justicia, aunque tenga que mentir ante los tribunales. De cuando en vez me levanto sonámbulo de la cama y me transformo en un estratega que diseña tácticas para alcanzar objetivos que contribuyen a la condena de gente que persiste en hacer daño. Y del refrán el consejo: "es mejor deber dinero que favores". El dinero se paga con dinero, pero los favores con amargura y una insondable soledad, problemas que uno solito se busca: líneas que no se deben cruzar o regalos personalizados que no se deben aceptar. (Si me lees, tú ya me entiendes). Gracias.
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