"Se te fue la pinza".

Me dejé llevar por una estúpida frase hecha. Si el culpable fuera mi viejo ordenador que me ordena lo llevaría al informático o compraría otro. Y llevaría una tecla de "reiniciar". Yo necesito esa tecla en la cabeza. "Se te fue la pinza", diría Patricia. Lo dije en julio y lo repito en agosto: loco, estoy loco. El culpable soy yo y no él, aunque no reacciona a la familia. La esperanza hace sufrir. Debería meterme en mis adentros y escondido entre las tripas agarrar desprevenido a quién tanto daño me hace y echarlo de una patada con el rabo entre las patas. Llevo un demonio en mis adentros. No hallaré un lugar más seguro que mi casa ni tiempo mejor empleado que el que paso con la familia. Prerrogativas que definen quien soy. Bien por intentarlo, y mal por no parar a tiempo. Eso creo. Sí, a pesar de los pesares, y las lágrimas vertidas, lo tenía que intentar. Una, la familia: lo tenía que intentar. ¿Pero cómo fue que llegué tan lejos? ¿Y ahora? ¿Cómo serenar tu indecisión si no estoy pegado a ti? ¿Cómo andaré mis pasos sin tu ilustración? ¿Cómo evitar las mariposas que vuelan en mi estómago? ¿Cómo ensordecer el eco de tu voz? ¿Cómo poder no abrazarte? Recopilo letras de tu nombre y las combino con otras para decirte lo mucho que te quiero. Nadie si no tú comprende lo que siento con meridiana claridad. Eres esencial en mi vida. Cada latido, todo yo lleva tu nombre. Te he fallado y ya no pronuncias mi nombre. Explícame entonces cómo volar si de dos alas una la tengo rota. Te nombro con la urgencia de mi desesperanza. No me dejes caer. Perdóname o dime cómo vivir sin ti. Perdóname, si puedes.