Se acaba junio en silencio. El amor enmudeció, ni media palabra, también está alejado, pero nunca distante. Tal cual amigos de corazón se ven y reconocen lo que esconde una sonrisa por la salud en la farmacia (de salud, bien, gracias). Dos amigos de corazón viven al límite, no se relacionan, pero quieren volver a empezar, tal vez con un mediador doliente que les enseñe a poner la otra mejilla, un mediador con la cabeza fría y las mejores intenciones, porque sabemos que hay gracias que unen y gracias que separan. La palabra que sale de la boca sin pensar dispara reacciones que imposibilitan oportunidades, hieren las relaciones y quiebran la psique. No sé qué les parecerá a ustedes, yo no soy persona adecuada para hablar de amigas, siempre las consideré amores de conveniencia. Tuve malas experiencias. Llegado a este punto, digamos que me urge, con vocación cristiana y desprendimiento de intereses, sacrificar el orgullo en aras de hacer lo que no he hecho. Y hablo por dos que temerosos de pagar el precio que hay que pagar por honrar una promesa, huyeron despavoridos sin dar la cara. En julio hará un año que quedaron a tomar café en la terraza de un bar y ninguno apareció. (¿Recuerdas? ¿Aceptarías en el mismo plan la misma invitación? Estaría dispuesto a llevar una docena de pastas de té si tú pagas el café. Al véspero no hace calor y podíamos... Te conservo desde el pasado verano en mi relicario de amor y no quiero morir sin tener algo contigo). Gracias.
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